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Articulo de opinion: Cultura y medios de comunicacion

  • Antonio Mercader
  • 9 oct 2015
  • 7 Min. de lectura

No es necesario partir de una visión apocalíptica para valorar los efectos de los medios masivos sobre la cultura contemporánea, sino que basta con ser realista. Nos guste o no los medios inciden más que nunca en la educación de las nuevas generaciones, moldean gustos y tendencias en públicos de todas las edades, construyen la agenda de los temas sobre los que discutimos a diario, y hasta han cambiado las formas de gobernar y hacer política. Lo que antaño pudo ser una verdad parcial hoy tiene el tono de una verdad lisa y llana: los medios masivos de comunicación se han vuelto más gravitantes en nuestra formación cultural, en la manera de relacionarnos con el mundo y con nuestros semejantes, en los trajines cotidianos del trabajo y la creación, y hasta en la intimidad de la vida hogareña.

Hoy nos resulta inconcebible un mundo sin televisión, Internet, TV cable, radio, prensa y cine, mientras que un siglo atrás, excepción hecha del público devoto de periódicos y libros, nuestros ancestros podían vivir con mayor prescindencia de los medios masivos. La prensa, es verdad, gozaba de un público creciente, pero era concebible que las grandes mayorías vivieran al margen de su influencia. La comunicación masiva pesaba menos en tanto reinaba la comunicación interpersonal con sus baluartes en las tertulias familiares, el mercado del barrio, los juegos de salón, los clubes sociales y los comités políticos, centros de una relación humana, íntima, entrañable, que hoy evocamos –con nostalgia, tal vez- como parte de un pasado casi totalmente perdido.

No es lo nuestro filosofar sobre si aquel estilo de vida era mejor o peor pues lo que importa, a los efectos de esta presentación, es poner de relieve cuanto mayor es hoy el peso de los medios masivos, procurar una evaluación de esa influencia y preguntarnos si esa influencia beneficia o perjudica a la cultura. Se afirma en general que beneficia, al menos en lo que respecta al creciente acceso a los bienes culturales en esta era de horizontes perceptivos enriquecidos y ampliados gracias a los medios electrónicos, al CD-Rom, Internet, la realidad virtual en suma. Empero, la cantidad, la abundancia, no es siempre sinónimo de calidad, pues como advierte George Steiner, “los propios medios pueden trivializar aún más tanto el conocimiento como la experiencia, tanto el significado como la forma; la ciber-red puede estar atestada de basura e incitación; puede anestesiar la sensibilidad hasta el punto de la inercia(el teleadicto frente a la pantalla del televisor)”

Pero aún si se acepta que a la postre ese aluvión comunicacional enriquece la cultura de los receptores, surgen reproches de variada índole. Entre ellos, tal vez el más señalado es el que apunta a la concentración de los medios de comunicación en poderes que operan a escala universal trasmitiendo valores homogéneos y pautas de conducta que traspasan fronteras, alimentan un público trasnacional cada vez más uniforme y, según se previene, amenazan con borrar las identidades culturales a través de mensajes en general mediocres. Al mismo tiempo, se ahonda la brecha digital, y por ende, la brecha cultural, como parte del proceso de ampliación de las asimetrías comunicacionales que distancian cada vez más a los países ricos de los pobres. Dentro de esas asimetrías destaca la posición hegemónica de Estados Unidos, en particular respecto a una América Latina que se asoma a sí misma en el espejo de CNN, prosigue su romance con Hollywood a través de Fox o HBO, expone a los jóvenes a subculturas del tipo MTV y se rezaga en la conectividad a unos medios interactivos en los que prevalece el sello norteamericano de origen.

Las nuevas generaciones siguen siendo el flanco débil y por tanto el objeto de las mayores preocupaciones. La ilusión de los medios electrónicos, con su facilidad de adopción, la magia de la pequeña pantalla de la computadora o del televisor, generan un distanciamiento de otras experiencias comunicacionales que exigen diversas formas de atención y una capacidad de reflexión que puede relegarse en aras de la inmediatez que ofrecen los nuevos medios. Es indudable que la educación formal tiene en esos medios a un poderoso auxiliar repleto de promesas. Pero junto con esas posibilidades, los nuevos instrumentos apartan a los jóvenes de otros procedimientos formativos, la serenidad de la lectura por ejemplo, al tiempo que producen una riesgosa simplificación del lenguaje, y una tendencia a confundir información con conocimiento. Otra de las inquietudes, una de las más clásicas sin duda, es la que acusa a los medios, en particular a la TV y los juegos electrónicos por su constante exhibición de conductas agresivas, una exhibición que más allá de la interminable polémica sobre su incidencia en los públicos juveniles, es por lo menos un factor a considerar cuando se analiza el fenómeno de la violencia en las sociedades contemporáneas.

Sin embargo, a pesar de tantas amenazas, a pesar de la denunciada estandarización cultural y de los fuertes desequilibrios, hay razones para mitigar el desaliento y desconfiar de las predicciones apocalípticas, como lo muestra Martín Hopenhayn en Orden mediático y orden cultural: una ecuación en busca de resolución, primer artículo de los Temas de Portada de esta entrega de Pensar Iberoamérica. Si bien las asimetrías comunicacionales son enormes, Hopenhayn proporciona algunos datos positivos. Así, señala que la concentración de la propiedad sobre los grandes medios no implica fatalmente una total uniformidad en sus contenidos culturales por cuanto las mega-corporaciones, para competir, están obligadas a localizar y adecuar cada vez más los contenidos y los emisores a efectos de captar diversos segmentos de públicos. Del mismo modo, habla de la segmentación de los emisores, de “actores que antes estaban confinados al silencio y la autoreferencia” y que ahora pueden ser productores de opinión gracias a la mayor disponibilidad de bienes comunicacionales “de ida y vuelta”. Y hasta los grupos periféricos con mensajes culturales “de resistencia” pueden ocupar intersticios en la red comunicacional y asumir protagonismos como suele ocurrir, lo que permite abrigar expectativas en torno a una mayor democratización del ciberespacio.

Jesús Martín-Barbero, en Medios y culturas en el espacio latinoamericano, detecta la emergencia de un ecosistema comunicativo marcado por la hegemonía de la experiencia audiovisual sobre la tipográfica y la reintegración de la imagen al campo de la producción de conocimientos, un proceso capaz de dejar una profunda huella en las formas de aprendizaje y culturización. También advierte sobre los riesgos de la concentración y los desequilibrios comunicacionales, pero al igual que Hopenhayn observa influencias culturales positivas en los medios que buscan a su manera responder a las nuevas demandas sociales y a las nuevas figuras de lo político. Con agudeza, anota la transformación de la cultura de masas en una cultura segmentada a la vez que observa la “reconfiguración de las culturas tradicionales y la conformación de nuevas culturas urbanas”, con foco particular en las “comunidades juveniles urbanas” basadas en nuevas culturas audiovisuales y electrónicas. Es el nuevo “mundo de los jóvenes”, signado por “reorganización profunda de los modos de socialización”.

Javier del Rey nos habla de una “nueva cultura política” potenciada por las nuevas tecnologías en la cual los temas políticos tradicionales están siendo sustituidos por otros como calidad de vida, igualdad de derechos, autorrealización individual, participación y derechos humanos. En su artículo sobre “La cultura política y la comunicación social en la era de la globalización”, centra su análisis en el mundo iberoamericano, su historia, sus mitos y sus rémoras. Su visión de América Latina es particularmente crítica y en su análisis combina elementos políticos y mediáticos sin exagerar el peso de estos últimos. Más de una vez advierte que “los medios no son la principal instancia” para transformar la cultura política de nuestros países. “Lo primero es el consenso sobre el cambio necesario. Lo segundo es la iniciativa política, desde las aulas, y desde un esfuerzo impulsado por el futuro, en una actitud prospectiva y abierta a los nuevos ámbitos que exige la globalización”, recomienda del Rey.

Los temas de portada se completan con dos aportes que dan cuenta de las relaciones entre comunicación y cultura en dos ambientes tan disímiles como Portugal y Québec. Si el primer artículo a cargo de Armando Teixeira Carneiro es una puesta al día de la situación en un país fundamental para la comprensión de lo iberoamericano, la inclusión de un reporte sobre Québec puede sorprender al principio. Empero, con solo echarle un vistazo al trabajo de Carmen Rico se aprecia la variedad e intensidad de lazos que nos vinculan con esa provincia canadiense que lucha denodadamente por afirmar su cultura latina en medio de un mundo anglonorteamericano. Teixeira Carneiro traza un amplio cuadro de la evolución institucional de Portugal y su reflejo en los medios y la cultura del país, hasta llegar al presente y sus promesas de modernidad. Rico, por su parte, teje un relato más personal sobre sus observaciones como docente latinoamericana sumergida de golpe en una universidad canadiense, en Montreal, una experiencia reveladora, entre otras cosas, de las tensiones culturales existentes entre Canadá y Estados Unidos. Ambos artículos conforman un buen punto de partida para ahondar en el conocimiento de dos realidades. Por cierto, mucho más relevante a los efectos de Pensar Iberoamérica, la situación portuguesa descripta por Teixeira Carneiro en materia de cultura y comunicación muestra que Portugal recorre velozmente los distintos tramos de su modernización, en un proceso que lo vincula cada vez más estrechamente con sus vecinos europeos.

En la sección Estudios y experiencias, Raúl Trejo Delarbre, se ocupa de la violencia en los medios, tema sobre el cual, como se dijo, persisten las dudas y las respuestas se vuelven cada vez más cautelosas como lo prueban las exhaustivas investigaciones efectuadas en Canadá y Estados Unidos, citadas por Trejo. ¿Hay una relación causa-efecto entre la violencia en las pantallas y la violencia en la sociedad? “La televisión no causa nada”, pero a la vez “es uno de los factores de riesgo que pueden contribuir a las tendencias agresivas y el comportamiento antisocial”. En la misma sección, Luis Sandoval, en “Intelectuales y medios de comunicación”, reflexiona sobre la función del intelectual en los ámbitos de la comunicación y la cultura. Los riesgos del populismo y el etnocentrismo así como las incógnitas suscitadas por la el postmodernismo, son planos de un análisis que detecta entre los grupos pensantes tendencias a la perplejidad y el desconcierto a la hora de analizar el impacto de los medios masivos en la vida de las personas.

En conjunto, esta entrega de Pensar Iberoamérica confirma la creciente interrelación de la comunicación y la cultura, sus tensiones, su confluencia y su complementación, al tiempo que advierte sobre algunas tendencias negativas que surgen de ese encuentro. Sin embargo, a diferencia de otras visiones proclives al pesimismo, las diversas opiniones recogidas auguran un futuro de relaciones menos conflictivas entre los medios masivos y las culturas singulares, las que resisten a la homogeneización. Así como en los intersticios de la ciber-red se objeta y acota la masificación, también la acción de los públicos, segmentados por la diversidad de gustos y tendencias culturales, obliga a los medios a particularizar sus mensajes y a romper, por tanto, lo que en algún momento se temió fuera un mercado único y monocorde de imágenes. En ese proceso destaca la tendencia a revalorizar lo nacional, lo propio, lo local, en lo que parece ser una suerte de revancha de las culturas particulares ante el empuje de la globalización.


 
 
 
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